LA VIOLENCIA MACHISTA DIGITAL
Ana tenía 18 años recién cumplidos cuando se publicaron dos fotos de ella desnuda en su propia cuenta de Instagram. Está convencida de que su expareja entró en su perfil y las publicó. Lo que Ana sufrió se conoce como pornovenganza: una persona envía una foto íntima a su pareja y tiempo después, el receptor la comparte sin consentimiento. Ana le pone cara a un tipo de violencia machista que cobra fuerza y que el Ministerio de Igualdad quiere combatir: la violencia de género digital.
Pasados cuatro años desde el incidente, Ana aún se pone nerviosa cuando habla de ello. No ha querido dar su apellido por miedo a que su expareja, que sigue viviendo en su mismo pueblo en el norte de Madrid, leyera este reportaje. La joven reconoce que lo ocurrido en Instagram fue solo el colmo del patrón de abuso verbal y físico que venía sufriendo desde hacía unos meses. Eso sí, fue el episodio más público. Igualdad define la violencia machista digital como toda aquella “conducta de violencia de género que se ejerce a través de las nuevas tecnologías, de las redes sociales o de Internet”. Puede afectar a cualquier mujer que tenga un móvil o un dispositivo con acceso a internet.
Encarni Iglesias fundó hace siete años la asociación Stop Violencia de Género Digital para asesorar y acompañar a víctimas de estas agresiones, que tienen, según ella, un componente que las distingue de las otras formas de violencia machista: al ser online, es más pública y humillante. No es algo que ocurre a puerta cerrada. Una imagen explícitamente sexual “se puede viralizar en nada”, advierte la experta. En muchos casos, como el de Ana, estas agresiones nacen del despecho que siente una expareja: “Cuando ocurre, la víctima se siente que está desnuda en medio de la plaza del pueblo y todo el mundo la está mirando”, resume Iglesias.
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